A uno le definen sus enemigos mejor que sus amigos, por lo que cualquier timbre de gloria debe lograrse siempre por oposición, y nada hay más noble y soberbio que picar alto..., hasta para repartir cera y jugarse el pellejo (digamos que incluso metafóricamente hablando), porque el éxito fácil o contra enemigo pequeño carece de mérito. Y un tipo que se hizo llamar Lorenzo el Magnífico, que dominó su época hasta unos extremos tan "culturalmente" inusitados, tiene todas las papeletas para convertirse en el archinémesis perfecto de alguien como yo, que hasta cuando me dan la razón me gusta llevar la contraria: es defecto de fábrica.
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