Cuando ya era una celebridad literaria y pudo comprarse una casa medio apañada (según decía por motivos fiscales...), a su mujer no se le ocurrió otra cosa que elegir el barrio donde había pasado su infancia (ella), una zona residencial de Los Angeles tópicamente abarrotada de este tipo de pijos norteamericanos que sólo salen en las películas para adolescentes. Hank se levantaba indefectiblemente al mediodía y, en calzoncillos, salía al jardín a recoger el periódico. Por joder. El espectáculo de este hombre, con sus huevos al aire, debía ser aún más ilustrativo que muchos de sus poemas. Para que luego digan que el estilo de un escritor no se transparenta en su forma de vivir.
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