De los grandes amores nacen los grandes odios, cualquiera que haya tenido una novia casquivana o un amigo traidor lo sabe. Pero lo de Friedrich Nietzsche y Richard Wagner era como para correrlos a bofetadas a los dos y castigarlos con veinte vueltas a la colina sagrada de Bayreuth, porque se equivocaron mutuamente en estereo..., lo que tiene más delito, porque todavía no estaba inventado. Ahí, en esa disputa teológica sobre el sexo de la música, se echó en falta un mediador, el tio simpático que da tabaco, desvía el tema de la conversación hacia un enemigo común y suelta el chiste que desengrasa la maquinaria social cuando la genialidad intelectual la enquista. Alguien como yo, obviamente. Háganse una idea de lo que se perdió...
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