Como todo buen republicano y francófilo que se precie (cosa que veces me jode bastante, todo hay que decirlo), tengo muy idealizado concretamente éste episodio de nuestra historia contemporánea. Siempre pensé, de hecho, que ésta empieza de verdad con ese fugaz arrebato de sangre y buenas intenciones que elevó a la categoría de ley la vieja costumbre de cortar cabezas reinantes. Aparte de lo heróico de la apostura y lo sano de la actitud revolucionaria, no me cuesta ningún esfuerzo imaginar lo bien que me sentarían los colores azul, rojo y blanco. Hacen juego con mis ojos.
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