
Dicen que tenía una fuerza magnética, rabiosamente viva. No era la belleza de la voz (había otras mejores), sino algo especial, a lo que se llama
dominar la escena. Creo que alzaba la cabeza y, fija la mirada en un punto del infinito, saboreaba el silencio de la sala. Acto seguido y cabalgando sobre la orquesta, empezaba a cantar, apaciguando el momento como algo irrepetible e inolvidable. Hasta sus rivales lo reconocían : la Callas era única.
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